Su Concierto para violín n.º 1 es un buen ejemplo. En él somete a tres melodías populares catalanas (incluido el popular villancico Fum, fum, fum) a todo tipo de transformaciones en un proceso en el que la sencillez del material tradicional se transforma en algo mucho más complejo y perturbador.
El propio autor lo explica así:
“En 1975 sentí la necesidad de una nueva
aventura estilística. En este nuevo período aquellos sonidos abstractos
vanguardistas crearán una simbiosis con ideas étnicas y tradicionales. Ello
conllevó críticas de quienes aseguraban que había sacrificado austeridad por
confortabilidad. Con ello venían a decir que el uso de ideas folclóricas hace la
obra fácil. Sin embargo estoy convencido de que no es así, siempre y cuando el
elemento folklórico sea tratado dentro de un contexto fresco y distinto al
convencional, cosa que en todo momento he tratado de hacer con las obras de ese
período”.
El concierto consta de tres movimientos: aquí van.
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